ReL. Si la teoría del Big Bang es cierta (y, hoy por hoy, es comúnmente aceptada como válida para explicar la evolución de las galaxias), todo lo que existe remite a un momento inicial hace trece mil millones de años.
Lo que pasó durante el primer nanosegundo después de esa Gran Explosión determinó el futuro de todo lo que vemos. Para ello tenían que darse unos valores de densidad tan precisos que una variación de un gramo en 2,23 cuatrillones habría impedido la formación del Universo y por tanto nuestra existencia en él. Es lo que se conoce como ‘ajuste fino‘ del cosmos.
Umberto Fasol, biólogo, miembro de la comisión de ciencia y fe de la diócesis de Padua, autor de varios trabajos sobre la evolución y la teoría del Diseño Inteligente y coautor de un libro sobre el ‘ajuste fino’ (Un mundo im-probable. ‘Finamente ajustado’), lo explica en el nº 239 (mayo de 2024) de Il Timone:
El Universo está «finamente ajustado»
Una escena familiar de la cocina italiana a la hora de comer: una olla con agua hirviendo; hay que añadir sal. Cogemos la cuchara del frasco y sacamos una pequeña cantidad, a ojo. Como siempre. Procedemos y vertemos la sal en la olla, luego añadimos los espaguetis y al cabo de diez minutos los escurrimos. El plato queda delicioso, sobre todo si lo aliñamos con salsa de tomates italianos. Que yo sepa, nadie pesa la sal antes de añadirla al agua hirviendo porque sabemos que una pequeña diferencia respecto a lo que prevé el chef de turno (y en Italia hay unos cuantos) no da lugar a un producto alterado o incomestible.
Pongo este ejemplo para que todo el mundo entienda lo que no es un fenómeno natural fine tuned, «finamente ajustado». Veamos ahora un ejemplo de algo que no hacemos nunca, pero que sin embargo traduce muy bien la idea de ajuste fino, adjetivo ya consolidado y compartido en cosmología.
Cuestión de milímetros
Si camináramos sobre una cuerda suspendida a cien metros entre dos torres de Nueva York, seríamos conscientes de que tenemos que calcular cada paso que damos, milímetro a milímetro, porque bastaría un desplazamiento infinitesimal de nuestro centro de gravedad para que nos precipitáramos al vacío. Eso es: el paseo del equilibrista es un fenómeno fine tuned, porque si su centro de gravedad no se mantiene en la posición más estable, que es la única y la más improbable entre las infinitas posibilidades, el efecto que obtiene es totalmente distinto del deseado y se precipita al abismo.
La densidad del Universo un nanosegundo después del Big Bang, según tres modelos que difieren en una parte en 2,23 cuatrillones (2,23 x 10E24 = 1 / 4,47 x 10E25). Fuente: UCLA.
Reproduzco un gráfico que considero formidable para comprender el mundo y su unicidad. Tenemos en abscisas (línea horizontal) la edad del Universo en miles de millones de años (gigayears) y en ordenadas (línea vertical) su densidad, medida en gramos por centímetro cúbico, en un instante preciso: una milmillonésima de segundo después del primer vagido (1 nanosegundo después del Big Bang).
Después de ese momento, en efecto, el Universo, que se expande a partir de dimensiones infinitesimales, disminuye progresivamente su densidad, porque aumenta de volumen pero sin tener inyecciones de materia nueva. En el dibujo se ven tres líneas curvas de colores diferentes: verde, negro y rojo. Encima de cada curva está la misma cifra, larguísima, formada por 24 dígitos, que sin embargo difiere en el último término: se trata de un 5,8 (verde), un 6,0 (gris oscuro) y un 6,2 (rojo). Para leer esta cifra, hay que hablar de millones de miles de millones de gramos de materia por centímetro cúbico: un valor inimaginable, pero que da cuenta de toda la realidad observable hoy en el Universo, que debió de estar presente desde el principio.
Un equilibrio prodigioso
Lo que sostiene la teoría del Big Bang es, en efecto, que toda la materia y la energía presentes hoy en los seres vivos, las montañas, los océanos, el planeta, el sistema solar y todas las galaxias debieron aparecer en un solo instante, de la nada, de golpe. Sólo hubo una creación en la historia, la de su comienzo. Cada curva representa el desarrollo que tendría el Universo si tuviera un 5,8 un 6,0 ó un 7,2 respectivamente, en la vigésimo cuarta cifra del número que mide la densidad inicial.
En el primer caso, la densidad determinaría un Universo «abierto», es decir, que se expande a un ritmo apenas por encima del armónico, o «crítico» como dicen los expertos: es un mundo que se vacía de materia y no permite la formación de planetas como el nuestro.
En el tercer caso, la densidad daría lugar a un Universo «cerrado», es decir, que colapsaría sobre sí mismo una vez que la fuerza de la gravedad superase la presión de expansión; incluso en este caso, nunca hubiéramos aparecido en su interior.
Sólo si la densidad inicial se ajusta con exactitud (fine tuned, finamente ajustada) al vigésimo cuarto dígito, siendo éste 6,0 puede producirse el milagro del mundo, es decir, una levitación constantemente en equilibrio entre los dos extremos opuestos (como el equilibrista que camina entre los dos abismos laterales), que lleva a la formación de un sistema solar como el nuestro, que posee las condiciones para el desarrollo y el bienestar de la vida, incluida la vida consciente. Es la condición denominada Universo «plano».
La cuestión del ‘ajuste fino’ del Universo y otras similares pueden ampliarse en el libro de José Carlos González-Hurtado ‘Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios‘ (Voz de Papel).
Como escribe Hawking, aun sin ser creyente, «Dios no tuvo elección al crear el mundo» (Historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros): ¡cambiar 1 gramo en un total de millones de miles de millones de miles de millones (literalmente), sí que cambia la evolución del Universo! Pero, ¿de dónde han salido estas cifras perfectas?
Ningún intento
¿Ha habido intentos previos fallidos?
No tenemos constancia de ello y además, ¿desde cuándo una realidad compleja e increíble se consigue por intentos? Sólo los fracasos son fruto de intentos; la creación de un Universo que tiene más de trece mil millones de años, todavía en garantía en todas sus piezas, implica una serie infinita de procesos que sólo han tenido éxito porque estaban bien diseñados.
No hay alternativa, al menos en términos de lógica; el edificio sólo crece bien si sus cimientos han sido bien diseñados. Por tanto, este gráfico es para contemplarlo, meditarlo, saborearlo, como pocas cosas en el mundo. Nunca nos cansaremos de mirarlo y de llenarnos de todo lo que es capaz de evocar en términos de belleza, verdad, bondad y trascendencia.
Si releemos ahora las palabras llenas de luz que Benedicto XVI pronunció el 24 de abril de 2005, durante la misa de inicio de su pontificado, las comprendemos mejor: «No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo«. Hoy, por fin, creo que podemos poner las palabras de un Papa junto a las de los científicos y encontrar una confirmación mutua.
Traducción de Verbum Caro.