El personalismo “relacional”, fundamento de la Bioética

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Forum Libertas. Nos acercamos al 30 aniversario de la publicación de la encíclica Evangelium vitae. Un documento de la Iglesia muy significativo, por ser el primer gran documento en el que la Iglesia habla explícitamente de Bioética.

Nos acercamos al 30 aniversario de la publicación de la encíclica Evangelium vitae. Un documento de la Iglesia muy significativo, por ser el primer gran documento en el que la Iglesia habla explícitamente de Bioética. Es cierto que el amor a la vida, base de toda sana Bioética,  es un tema que siempre ha estado muy presente en la vida de la Iglesia; pero es significativo que Juan Pablo II le haya dedicado una encíclica, mostrando claramente la voz de la Iglesia en estos temas.

La Bioética, como estudio de las acciones del hombre en relación con la vida, nació y se consolidó a mitad del siglo pasado. La terrible realidad de las dos guerras mundiales, así como los crímenes cometidos por los regímenes totalitarios en defensa de un supuesto “bien del estado” llevaron a muchos pensadores a preguntarse cómo habíamos llegado a esos extremos. Querían, sobre todo, evitar que, en nombre de un supuesto fin noble, se volvieran a cometer tales barbaridades.

Uno de estos grandes hitos fue la Declaración de los Derechos Humanos, unos derechos que están por encima de cualquier manipulación o interés geopolítico. En el centro de estos derechos humanos se encuentra la persona, el cuidado y la defensa de cada miembro de esta familia humana. Y ni siquiera un supuesto progreso médico puede justificar la utilización de las personas, igual que utilizamos un microscopio o una cuantas moléculas de agua.

Crece la técnica y la tecnología, un progreso que se ha visto acelerado y transformado en este siglo XXI. Y esta revolución tecnológica cada vez está más revolucionada. Baste pensar en los pasos de gigante que está dando la inteligencia artificial. Pero junto a esta tecnología, ¿qué papel juega la vida, sobre todo la vida humana?

El título de la encíclica ya encuadra la grandeza de esta vida, una grandeza que necesita ser cuidada. El evangelio de la vida, la “buena noticia” de la vida, (eso significa evangelio) que siempre se debe amar y defender. Y en el centro de esa vida se encuentra el ser humano, la persona.

Una persona no es simplemente un individuo, encerrado en su individualidad. Es, incluso por su origen, un ser relacional. No aparece de repente, como una seta, sino a partir de una relación, una relación amorosa de un padre y una madre. Y tampoco acaba como una seta que desaparece, y nadie se da cuenta. Acaba con un dolor para los hijos, los amigos, el padre o la madre que siguen vivos en esta tierra. Nos duele su final, igual que nos dolería perder una mano o un pie. Perdemos “algo nuestro”, alguien relacionado conmigo, querido por mí.

Ese carácter relacional de la persona ya estaba presente en sus primeras definiciones, tanto en el teatro griego como en la Teología trinitaria del cristianismo. La persona siempre refleja nuestra relación con el otro, la relación del actor con el público, facilitada por la “careta”, el  prosopon, que se ponían los actores, y que permitía identificar al personaje representado. O el ser Hijo de Jesucristo, que le distingue de Dios Padre. ¿Cómo podría ser hijo sin un padre, o padre sin un hijo?

Esta persona – relación es lo contrario de un ser que simplemente me es útil. Por eso el utilitarismo es tan contrario al personalismo. Y por eso criticó tan fuertemente el utilitarismo Juan Pablo II. Nadie puede reducirse a ser “algo útil” para otro. Desde la filosofía y la fenomenología, el profesor Woytila ya insistía en sus clases de ética en la “norma personalista”. El hombre nunca puede ser un medio para, siempre es un fin en sí mismo. Pensemos, y es interesante el ejercicio, en cómo nos sentimos cuando somos usados por alguien, cuando simplemente somos un recurso anónimo, impersonal, que otorga un disfrute a otra persona. Esta experiencia nos permite aterrizar a nuestra vida concreta ese palabro del utilitarismo, de la instrumentalización anonimizante en que nos convierte los ser utilizados como meros medios.

La persona, como recordaba muchas veces Juan Pablo II, se revela en su relación amorosa. Y en esa relación juega un papel muy importante el cuerpo. A través de él nos conocemos, nos reconocemos, nos damos a conocer. Solo mediante el cuerpo nos podemos comunicar, expresamos lo que somos internamente, para bien o para mal. El cuidado del cuerpo naciente o muriente, revela el cuidado que tenemos hacia la persona, hacia cada persona y hacia todas las personas. Por eso la medicina no es una mera técnica, como la que usan en el taller de la esquina; es el arte de cuidar, de saber cuidar.

Por ello me gusta  hablar de “personalismo relacional”. Es algo así como decir que la nieve es blanca, pero no está de más insistir en la blancura de la nieve, en esta característica relacional de la persona.

Un último comentario: mis acciones, para lo bueno y para lo malo, me van construyendo. No soy simplemente lo que hago, profesor, escritor, comerciante o informático. Pero las acciones no me atraviesan sin más. Lo vemos en el lenguaje popular: al que roba le llamamos ladrón, y parte de razón tenemos. No es su única característica, pero sí lo que vemos de él, lo que él nos revela de sí mismo. E igualmente al que hace el bien le llamamos magnánimo, generoso. Esa es la característica que más nos muestra de su persona, de su ser.

Es significativo que Juan Pablo II le haya dedicado una encíclica, mostrando claramente la voz de la Iglesia en estos temas              Share on X